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La Carcel de la Inconciencia

Alejandro Quiyono

Dos hombres habían compartido injusta prisión durante largo tiempo en donde recibieron todo tipo de maltratos y humillaciones.

Una vez libres, volvieron a verse años después. Uno de ellos preguntó al otro: – ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros? – No, gracias a Dios ya lo olvidé todo – contestó – ¿Y tú? – Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas – respondió el otro Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo: – Lo siento por ti. – Si eso es así, significa que aún te tienen preso.

21 de febrero del 2003 Yo gritaba, ella lloraba, una hora vociferando idioteces al teléfono, derrames de bilis y veneno a través de ondas celulares. Cada palabra una lápida, cada oración dramáticamente parecida, a los libretos escupidos de las última novelas del pérfido canal 2.

Así normalmente son las separaciones; violentas peleas, repletas de gritos y sombrerazos, donde un mueble es más importante que los años de cariño y devoción. Revoltosas obras de teatro con primer, segundo y tercer acto rellenos de sangre, rencor y dolor. Todo eso me pasó durante varios meses, hasta que, como rayo de luz, me cayó el veinte. Si yo seguía así: no solo destruiría a Maria, sino que me llevaría a nuestro hijo en el penoso viaje, y por supuesto a mi mismo embarcado con boleto de primera al Titanic.

Por un momento, pequeño, pero de inmensa lucidez, pude deducir con claridad el horrible Samsara en el cual me estaba metiendo. Estas vueltas interminables de idiotez e inconsciencia, cuando se pierde el sentido de como se inicia el problema, pero le sigo dando con violencia. Porque cuando pego, me lo devuelven y aunque gane, al final pierdo. Es un perder perder, morderme el brazo, arañarme el cuerpo, romperme la nariz hasta el hueso. Eso lo pude ver, como si estuviera fuera del cuerpo. Pude verme más allá del bosque, y desde ese ojo de halcón, entendí la necesidad de un cambio.

Ese momento me recuerda mucho a los instantes de meditación, cuando sin buscarlo, llega una paz inamovible, un enfoque sólido, en derretimiento de la mente. Son instantes que alumbran los patrones destructivos que repetimos, las prisiones en las cuales nos encerramos inconsciente pero voluntariamente.

En un segundo de Svadyaya, auto observación, decrete mi deseo de ser libre de penas absolutamente innecesarias. Decidí tratar a María con compasión. Entender su punto de vista. Ponerme en su lugar. Sin reaccionar, sin berrinche, sin manipulación, ecuánime. Comprendí que si la trataba con bondad, firme y asertivo en límites necesarios, pero flexible y negociador en lo que realmente puedo soltar: el resultado final sería de felicidad. Un ganar ganar para todos. Porque si lo piensa uno, prácticamente todo es negociable. Nada es inamovible. La rigidez es la mente, es el ego y nuestro niño caprichoso que quiere las cosas de una forma.

En un momento de despertar cambié el curso, reescribí la historia. Cambié los guiones dramáticos por aquellos de héroes y valientes, de maestras y amazonas. Seres capaces de cambiar y evolucionar.

Tu donde estas? Sigues en la carcel. Continúas dándole vueltas a la rueda, tu Samsara personal? Entras a los conflictos rellena de emoción e historia pasada? Repites las mismas demandas y quejas? Estás todavía llena de odio, rencor y dolor?

Te invito a abrazar, aceptar, a hacer consciente tus acciones y pensamientos. Si dejas tu papel de víctima. Si decides no tener la razón. Si no te tomas las situaciones personales. Quizás serás capaz de moverte del lugar de infelicidad en que te encuentras. Abre la puerta a la compasión, entiende a la otra parte. Mantente ecuánime, sin reacción, mente neutral. Aplica la bondad, amorosamente trata como te gustaría ser tratada. Perdona, acomódate y se feliz. Quizás, solo quizás, así puedas liberarte.





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