Consuelo Ordaz
“Tic Toc,
el tiempo cuenta.
Tic toc,
veloz el tiempo vuela.
Te quedas admirando la belleza de la flor,
pero no te acercas,
te conformas con ser expectador,
desde tu guarida te regocijas en su presencia.
Te escondes justificando la búsqueda de lo perfecto,
aunque en el fondo es sólo el disfraz de tu inseguridad.
La película de tu vida sigue corriendo
sin saber el momento en que reventará.
Dejas que el miedo te tome
y del destino pasos en reversa das,
abres los ojos y con tristeza de das cuenta
que eso de tu grandeza solo te alejará.
Toma las flores mientras puedas,
pues veloz el tiempo vuela,
la misma flor que hoy admiras
mañana estará muerta.
Reconoce la belleza de lo imperfecto,
la peculiaridad de lo anormal.
Entrégate ahora y deja que la vida te tome,
y sé de tu vida el actor principal”.
Tenía 12 años cuando sucedió, recuerdo cuando me dieron la noticia de la muerte de mi bisabuela, esa viejita adorable a la que religiosamente visitaba cada domingo, que me enseñó a declamar, a hacer matemáticas en la mente y sobretodo que me regalaba ternura, tiempo, un oído para escuchar, y un dulce de una bombonera que estaba en su mesita de la derecha. En cada una de las visitas había siempre algo que me llamaba la atención, guardaba cosas para después, para otras ocasiones, queriendo aprovechar lo que tenía, ponía en lista de espera los regalos nuevos, y habían cosas en su casa sin estrenar.
Entre todas estas cosas guardaba un vestido blanco muy bonito, reservado para una ocasión especial, sólo que ese momento aún no se presentaba, y como era de esperarse, se quedó sin estrenar, y cuál fue mi enorme sorpresa cuando le vi su vestido puesto en su funeral.
A mis doce años me prometí no esperar más la llegada de un momento especial, que para mí cada momento de mi vida sería un momento para celebrar.
Ya no malgasto los segundos de mi vida en cosas que no quiero hacer, ya no me rodeo de gente con quien no quiero estar, estoy constantemente consciente de la certeza de la impermanencia y de que un día moriré, y lo veo sin miedo, lo veo como una oportunidad cada día de vivir cada momento al máximo, para hacer de lo ordinario algo extraordinario, para permitirme disfrutar plenamente y hacer que cada momento cuente y sea motivo para celebrar.
Carpe diem, no sólo tomo el día, permito que el día me tome.
Namaste.
Comentarios