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Sé que toco el Cielo

Consuelo Ordaz


“Sé que toco el cielo

cuando he bajado ya la guardia

y quitado armadura y espada,

cuando me he quitado la máscara

y he mostrado desnudo el rostro al sol.


Sé que toco el cielo

cuando he desgarrado mi pecho

y dejado al descubierto el corazón,

cuando me he mostrado vulnerable

y me he entregado al amor.


Sé que toco el cielo

cuando he vencido el miedo

y mi sangre ha hervido a explotar,

cuando he abierto mis alas

y he saltado al vacío sin mirar atrás.


Sé que toco el cielo

cuando mi razón la he dejado a un lado

y he regalado mi último aliento al amor,

sé que he tocado el cielo

y es ahí en donde descansa el corazón.”


Desde pequeña solía imaginar qué era el cielo. Me gustaba soñar con un hermoso y mágico lugar, en donde no había dolor, ni penas, ni tristezas, sino alegría, dicha, inmensa felicidad y gozo. Lo imaginaba lleno de música, globos, y caramelos, como una gran fiesta, en la que estaría con Dios, los ángeles y con todos mis seres queridos, no sabía cómo ni cuando, no tenía muy claro la edad que todos tendríamos, pero seguro estaríamos todos. Me decían que si me portaba bien algún dia llegaría, solo que tendría primero que morir, cosa que me aterraba con tan solo pensarlo.


Lo que nunca imaginé era que más allá de que existiese ese tipo de cielo, aquí en la Tierra existía otro muy peculiar, y que también lo podía alcanzar.


Comencé a crecer y a darme cuenta de que aquí también tenemos el cielo, y para alcanzarlo basta con cerrar los ojos y abrir el corazón.


Aprendí a guardar en mi corazón los momentos mágicos de la vida, esos momentos en los que todo es perfecto, en los que no necesito nada más, aquellos momentos en los que literalmente podría morir y lo haría en plena felicidad, dicha y gozo.


Tocar el cielo para mí es abrir tu corazón, amar sin condiciones y sin afán de posesión, el reconocer el amor recibido como un regalo y saber agradecerlo como viene, libre de expectativas, es saber que la vida es efímera y que ningún momento se repite, es la amistad sin celos, compañía sincera, perdonar y olvidar, abrir el entendimiento y no caer en las trampas del ego, saltar y volar, engrandecer el alma, y gozar de una felicidad más grande de la que algún día pudimos imaginar. Es poder sentir a Dios, que vive en mí y en tí y en todo lo que nos rodea.


Estos momentos no tienen precio, porque no se compran con el dinero. Lo mejor de todo esto es que esos momentos llegan constantemente, y basta tener el corazón despierto para darnos cuenta de su existencia, para disfrutarlos y saborearlos, y vivirlos en camara lenta.


Por eso disfruto cada regalo de la vida, como saborear una comida deliciosa, bailar locamente, reírme de mi misma, recrearme en la sonrisa de mi familia, en los besos y abrazos cálidos de mis seres queridos, en la llamada o mensaje sincero de un amigo, en hacer el amor con entrega y pasión... son momentos que me quitan la respiración y en los que pareciera que se detiene el tiempo, en donde estoy realmente plena, presente y consciente y me doy cuenta que no necesito nada más.



Así que si el cielo es un estado de eterna felicidad del alma, entonces yo ya estoy en el cielo.

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